No me gustabas, me gustaba como me comportaba yo contigo, como me sentía. Tan triste, pero porque sabía que se acabaría. Jamás podré disfrutar nada y es probablemente porque pienso, pensar nos hace libres, no felices. De hecho ni siquiera nos hace libres porque nos sentimos encadenados a la realidad, una realidad de la que tampoco tenemos certeza. Que asco da la vida si es vida y que paz será la muerte si hay muerte. Pero muerte de verdad. Nada.
Que fácil es acostumbrarse a estar solo, y que duro es darse cuenta de ello. Le echo de menos porque estaba conmigo físicamente, pero nunca me apoyó. Puede parecer duro, pero él me enseñó a ser autosuficiente, a estar sola en mi cabeza. Una cabeza en la que vivo yo sola, sin nada más, una mente en la que las paredes son espejos, en la que vivo a oscuras, en la que cuando entra luz me asusto porque me veo reflejada, me asusto y lloro, lloro y quiero que se vaya esa luz que me quema los labios, Malaquias sabía de lo que hablaba, yo lloraba con él, por eso le quería.